Su frente esta compuesto por un alto muro que remata en una cornisa escalonada, gárgolas con cabezas de puma, cuatro ventanas – dos por lado- y una imponente portada prolíficamente decorada. Las ventanas constituyen uno de los elementos originales de los diseños arquitectónico de la región: el vano pequeño y rectangular se abre sobre una repisa y, en la parte superior, como si fuese el remate de unas pilastras inexistentes, destacan medio capiteles parecidos al estilo corintios. Sobre ellos se extiende un primer dintel que contrasta con un segundo dintel superior cuyo entablamento está exuberantemente exornado con cuadrifolias, follajería y monogramas, y protegido entre cornisas escalonadas con labras de rosetones y querubines en el centro y los extremos.
La gran portada posee en su primer cuerpo un vano dintelado con pilastras laterales de fustes huecos dentro de los cuales se encuentra medias columnas. A los lados se aprecian orlas constituidas por jarrones de los que surgen ramificaciones ondulantes y floridas que se entrecruzan en elegante movimiento. Mediando un ancho entablamento, en el que contrastan espacios lisos con otros decorados de cuadrifolias y una repisa escalonada en el centro, se levanta el prominente tímpano circundado de una amplia cornisa que concluye en roleos, En los extremos se encuentran pináculos piramidales que aligeran y dan un sentido de verticalidad sobre la acusada horizontalidad de la fachada. A los lados, a modo de continuación de las pilastras, se suceden cuadrifolias y rosetones.
El espacio central del tímpano concentra un movido juego de diseños en el que parece adivinarse la representación de un candelabro que reposa sobre una base semicircular. Los brazos del mismo estarían formados por cinco, tallas y flores de cantuta sobre los que están labrados un número similar de monogramas dedicados a Cristo, La Virgen María, San José, Santa Ana y San Joaquín. Quizá, como lo indica Enrique Marco Dorta, represente el árbol genealógico de Jesús. El resto de la decoración está formado por relieves planiformes de tallos ondulantes, hojas y rosas. Al interior se ingresa por un zaguán que da a un amplio patio rectangular en el que contrastan agradablemente los relieves de los dinteles con la blancura de los lienzos llanos. Las amplias habitaciones abovedadas conservan sus sobresalientes cornisas escalonadas, querubines como elementos exornativos y restos de pintura que evidencian que en algún momento final del siglo XVIII o principios del XIX – algunas partes de la cubierta lucieron una vistosa policromía. En el paisaje que media entre el patio y el segundo patio se distribuyen otras habitaciones y una recia escalera que lleva a la azotea.
La amplitud del traspatio nos permite suponer que en él debió existir no solo una regalada huerta, sino también caballerizas y depósitos para los granos que, en tiempos de cosecha se traían de la campiña para el consumo de la gran mesa familiar.
Al final de la escalera y sobre el ambiente que ocupa el baño aún se aprecia restos de un conjunto de oteas o bovedillas de segundo pisos que eran usados por la servidumbre para la vigilia de los ambientes de mayor importancia, así mismo en este mismo ambiente cabe resaltar dos quicios de sillar de andesita perforados en su eje para sostener alguna puerta de piso a techo y que probablemente fuese de algún recinto dedicado al culto o corredor interior.